Una mirada desde el interior:
el impacto de la violencia en Ciudad Juárez, México

Ignacio Alvarado Álvarez. Enlace en Insight Crime

Jesús Ángel Estrada* ha ayudado a muchos jóvenes en riesgo como trabajador social para una organización sin fines de lucro en Ciudad Juárez, el centro manufacturero en expansión en la frontera entre Estados Unidos y México. Pero todavía lucha con el caso de un niño que vio como asesinaban a su padre delante de él.

En 2012, cuando el niño tenía apenas cinco años, estaba sentado en el coche familiar con su padre al volante cuando llegaron varios hombres armados en una camioneta Durango blanca. Se acercaron a la ventanilla del lado del conductor y asesinaron a su padre sin decir nada.

El descarado asesinato se produjo al final de un período extremo de violencia en esta ciudad fronteriza. Entre 2008 y 2011, Juárez registró múltiples asesinatos todos los días y tuvo una de las tasas de homicidios más altas del mundo.

Estrada se interesó especialmente en ayudar al niño que presenció el asesinato de su padre, basándose en técnicas de terapia multidisciplinarias y profundas. Pero nada funcionó. El niño, ahora adolescente, está obsesionado con una cosa: localizar la camioneta blanca y matar a quienes asesinaron a su padre.

“Su mente siempre está ocupada. Con él he trabajado mucho, profundizando sobre el asesinato de su padre, pero sin mencionar el episodio porque sé que eso volvería a cerrar la conversación”, explicó Estrada.

Estrada llegó al Centro de Asesoría y Promoción Juvenil, conocido como CASA, hace ocho años. Desde entonces, ha trabajado para cambiar la vida de unos 250 estudiantes de entre 6 y 18 años, todos, como él, de barrios marginales.

La violencia en Juárez ha marcado la vida de varias generaciones, pero Estrada llama a esta los “hijos de la guerra”.

“Eran morritos que si bien sobrevivieron, muchos de ellos terminaron trabajando con las pandillas, formando parte del sicariato, debido a un dolor en el que no se les intervino”, dice Estrada.

Estrada ahora está en el centro de un esfuerzo local encabezado por una red de activistas y líderes comunitarios para rescatar a los jóvenes de Juárez y mostrarles un futuro mejor. Aunque el trabajo es difícil, obtiene motivación e inspiración de su experiencia de primera mano al navegar por la compleja dinámica de violencia de la ciudad.

Marcado por la violencia

Cuando Estrada tenía solo 15 años, llegó a la prisión juvenil de Juárez y conoció a un recluso infame conocido como “El Güero”. La experiencia tuvo un gran impacto en su deseo de ayudar a los jóvenes afectados por la violencia.

El Güero fue abandonado en gran medida cuando era niño. Con su padre en la cárcel y su madre trabajando en una de las fábricas de la ciudad, uno de sus cuidadores abusó sexualmente de él cuando tenía cinco años. Años más tarde, la policía lo arrestó después de que mató a uno de sus tíos, descuartizó el cuerpo y pasó un día y medio dentro de la casa junto al cuerpo.

Estrada, por otro lado, era un pandillero de poca monta que había ingresado a prisión por un par de faltas menores. La policía lo sorprendió en medio de una pelea callejera, instantes después de haber grafiteado la Antigua Presidencia Municipal.

Los menores encarcelados advertían a Estrada sobre la peligrosidad del Güero, que sobresalía por su físico alto y robusto. “Ese güey es el diablo”, le decían. “Ese vato es un carnicero, no te le acerques”. Pero un día, tras jugar fútbol, Estrada se le acercó y le preguntó si quería comer con él. El Güero aceptó y terminó contándole su vida.

Como Estrada, El Güero era un interno ejemplar. Jamás riñó con nadie y respetó sin inmutarse la segregación de la que fue objeto. Las autoridades le habían sentenciado a cinco años de prisión, tres de los cuales debía terminar en el mismo penal donde se hallaba su padre.

El Güero fue liberado antes por su buena conducta, pero su suerte estaba marcada. Fue asesinado el mismo día que dejó el tribunal. No se supo ni se quiso indagar quién lo mató ni por qué.

Estrada salió de prisión poco después, justo cuando la ciudad estaba entrando en lo que se convertiría en el período más mortífero de su historia. Si bien logró escapar temporalmente de la violencia, esta llegaría a tener profundos impactos en él y en su futuro trabajo, tal como lo tuvo para El Güero y muchos otros jóvenes de esta generación en Juárez.

Reclutamiento forzado

Después de que Estrada salió de prisión a finales de 2007, Juárez vio una serie de asesinatos y desapariciones que insinuaban la decadencia social de la ciudad. Pero esto fue solo el comienzo.

Se estaba gestando una violenta guerra de pandillas por el control de las economías criminales de la ciudad, principalmente el tráfico de drogas, y estos grupos estaban reclutando pandilleros de bajo nivel como Estrada para luchar.

Entre 2008 y 2011, Juárez registró más de 10.000 asesinatos. En esos años, eso equivalía a uno de cada cinco asesinatos cometidos en el país. Una cifra sin precedente a la que, sin embargo, le faltaba narrativa. La de los cuerpos apilados, desmembrados, sin cabeza o colgados y crucificados, de manera que, literalmente, todo mundo los viera, incluidos niños y niñas.

La ciudad fue ocupada todo ese tiempo por más de 7.000 efectivos federales, entre soldados y agentes de policía enviados por instrucciones del presidente Felipe Calderón, bajo pretexto de una batida contra los “carteles de la droga”. En realidad, ellos fueron los grandes generadores de la ola de violencia que terminó por desencadenar uno de los mayores éxodos en la historia del país.

Mientras la violencia escalaba, grupos de la sociedad civil estiman que más de 230.000 personas huyeron de Juárez a El Paso, un refugio seguro al otro lado de la frontera, en Texas, Estados Unidos. Estrada estuvo entre los que se quedaron.

Después de salir de prisión, volvió a su casa en el Barrio Nuevo, a espaldas del Cereso, desde cuyo interior un grupo de reos ordenaba el reclutamiento de jóvenes como él para integrarlos a una estructura naciente llamada Artistas Asesinos. “Los doblados,” como se les conocería más tarde, estaban llamados a disputar una guerra con otras dos grandes coaliciones de pandillas estrechamente vinculadas a grupos de narcotraficantes y cuerpos de seguridad pública: los Aztecas y los Mexicles.

En Juárez, entrar y salir de una correccional o de cualquier centro de reclusión sin delatar a nadie equivale a un acto loable que termina con algo parecido a una condecoración de los líderes del barrio. Y las medallas llaman la atención en cualquier escenario. Estrada lo sabía, igual que el resto de sus amigos.

La invitación para sumarse a esas pandillas no era para cualquiera. Se buscaba a los cabecillas y a quienes tenían un largo historial de arrestos sin delaciones, de asaltos tácticos que involucraban cortes de caja en bancos y tiendas departamentales, de patrullajes de policía; a los que sabían cómo se mueve el mundo criminal de una ciudad como esta.

Estrada había sido miembro de una pandilla de bajo nivel, pero no era un líder y no tenía muchos antecedentes penales. Pero lo que importaba era que él no era un soplón, así que las pandillas lo buscaron tres veces.

La primera aproximación fue a través de conocidos. Una propuesta amable. “Hay mucha lana y protección”, le dijeron.

La segunda fue un poco más tensa. “¿Entonces qué mi Jesús, jalas o no?”.

La tercera fue una amenaza pura al estilo de la calle.

“Ábrete, carnal. O te carga la verga”.

Escapar de la muerte

En los primeros años de las severas medidas tomadas por Calderón, las guerras de pandillas de Juárez afectaron a un grupo demográfico específico más que a nadie: los jóvenes adolescentes entre 15 y 19 años. Estrada sabía esto mejor que nadie debido a sus propias conexiones con jóvenes con problemas y sus luchas por escapar de la vida de las pandillas.

“Está chido defender el barrio, pero ya está de más matar por matar, de entrarle a una guerra del narco. Porque era eso: defender a cierto grupo y dar tu vida y darle la vida al padrino”, explicó Estrada.

Igual que muchos de sus conocidos y amigos, se resistió a los intentos de reclutamiento. De un grupo de 100 que conformaban el Barrio Nuevo, según Estrada, una tercera parte terminaría asesinada, la mayoría por negarse a formar parte de esa guerra fratricida.

En este contexto, Estrada fue mudándose de colonias, todas al poniente y centro de Juárez. Más que ocultarse, buscaba escapar de su suerte.

Para 2009, habían transcurrido casi dos años desde que Estrada salió de la correccional, pero la sensación de volver a caer o de convertirse en víctima le obligaron a dejar la preparatoria técnica. Entonces se adhirió al centro conocido como CASA, donde ahora trabaja. Bajo el amparo de sus promotores y terapeutas concluyó el bachillerato para luego licenciarse como pedagogo e iniciar una maestría.

Pero avanzar en un contexto de extrema dureza es casi imposible. Lo fue hace 15 años, dijo Estrada, y probablemente lo sea más en estos tiempos. No bastaba con cambiarse de ropa, ocultar tatuajes o hacerse el pelo de manera distinta y proseguir con los estudios.

Hoy en día, hay más de una docena de pandillas locales que operan en la ciudad. Muchas de ellas también trabajan con fuerzas de seguridad corruptas y partes del Cartel de Sinaloa o del Nuevo Cartel de Juárez, que surgió de los restos del Cartel de Juárez después de que una sangrienta batalla con el Cartel de Sinaloa lo dejara tambaleante.

Estrada rechazó las demandas de los Aztecas, Mexicles y Artistas Asesinos de unirse a ellos en su lucha por el control de las economías criminales de la ciudad. Pero muchos otros aprovecharon la oportunidad y formaron parte de redes criminales que disfrutaban de protección policial y acceso a armas de alto calibre.

A pesar de su apoyo, el personal de CASA no pudo garantizar la protección de Estrada. En la primavera de 2009, miembros de una pandilla armada lo secuestraron en una fiesta en una casa y lo llevaron a una casa. Lo torturaron durante horas, incluso punzándole el mentón con una varilla. Su ritmo cardíaco bajó tanto que sus atacantes pensaron que estaba muerto. Arrojaron su cuerpo a una zanja al pie de un edificio que estaba en construcción cerca de donde lo llevaron.

Estrada sobrevivió solo porque un transeúnte se encontró con su cuerpo desechado. Al principio intentaron robarle, pero cuando Estrada hizo una mueca de dolor, se dieron cuenta de que todavía estaba vivo y llamaron a los paramédicos para que lo llevaran al hospital.

Las pandillas intentaron matarlo nuevamente dos años después. En mayo de 2011, pandilleros le dispararon en la mano, el pie y la cabeza mientras se encontraba frente a la casa de un vecino. También le perforaron el pulmón con un picahielos y trataron de degollarlo con un machete. No funcionó porque la hoja estaba demasiado desafilada y pequeña. Estrada volvió a ser dado por muerto.

Milagrosamente, un observador desconocido finalmente llamó a una ambulancia al lugar, lo que le salvó la vida. Estuvo hospitalizado durante dos semanas y luego se sometió a fisioterapia durante cinco meses.

Después de sobrevivir por poco a estos ataques selectivos, Estrada nuevamente se sintió impotente. Pero tal como lo había hecho en el pasado, decidió buscar el único grupo que lo había ayudado en algunos de los momentos más difíciles de su vida: CASA.

Aferrándose a la esperanza

Durante varios años después de los ataques, Estrada mantuvo un bajo perfil mientras trabajaba como voluntario en CASA. Se unió oficialmente al equipo alrededor de 2015. Si bien tiene esperanzas y se mantiene comprometido con el trabajo, dice que los casos negativos aún superan a los positivos.

Juárez vivió otra ola de violencia el año pasado. La ciudad registró más de 1.000 homicidios en 2023, muchos de los cuales tienen como víctimas y como victimarios a mujeres y hombres menores de 25 años.

En un caso de febrero, tres vehículos se adentraron con calma en un entramado de viviendas diminutas conocido como UrbiVilla, en el extremo suroriente de la ciudad. En menos de 10 minutos, los tripulantes de los tres carros asesinaron a seis personas. Se fueron sin prisas, sin aumentar la velocidad. Los únicos dos detenidos por la masacre tienen 19 y 17 años.

“Lo que pasa [hoy] es mucho más profundo y doloroso de lo que vivimos”, dice Estrada.

Pero a pesar de las vidas que ha perdido a causa de la violencia en las calles, Estrada intenta concentrarse en las vidas que ha salvado.

El joven que vio asesinar a su padre ha vuelto una y otra vez a terapia. Parece menos obsesionado con la venganza y, para Estrada, eso es suficiente por ahora.

*Por razones de seguridad, InSight Crime cambió el nombre del entrevistado.

about ignacio alvarado álvarez

Journalist - Periodista

Periodista especializado en sistemas criminales, estructura y política sociales.

Fue co-director de Newsweek en Español. Formó parte de la Unidad de Investigaciones Especiales de El Universal.

Ha colaborado en las revistas EmeEquis, Contralínea, Variopinto, Letras Libres y el diario La Jornada. Escribió para el área de reportajes especiales de Al Jazeera América. Fue jefe de información y reportero de la Unidad de Investigaciones de El Diario de Juárez.

Conferencista y director de talleres sobre periodismo de investigación en universidades de México, Estados Unidos, Europa y Centroamérica.

Es coautor de los libros La Guerra por Juárez (Planeta 2010) y La guerra contra el narco y otras mentiras (BUAP 2011).

Fue asesor de estrategia comunicacional de la Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado de la República (2001-2003), y productor asociado en América Latina de ARD, Televisión Pública Alemana.

Actualmente colabora en portafolios de investigación con Insight Crime.

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